miércoles, 6 de abril de 2011

[Escritura] Hombres de honor: Cuando se pierde todo

Bien, queridos lectores/as, hoy traigo mi más apreciada obra literaria, modificada (a mejor) ya que hace 4 años que la terminé de escribir, he dotado de un perfil psicológico más fuerte a los personajes y un mundo más detallado de lo que lo hice en su día, la trama es igual, los acontecimientos importantes en la historia siguen siendo iguales, otros se han cambiado ligeramente para mejorar la calidad de la obra y se han añadido personajes y situaciones, en definitivamente creo que estoy mejorando lo que en su día terminé de escribir, y sin más preámbulos os dejo con los dos primeros capítulos de la nueva "Cuando se pierde todo".



Hombres de honor: Cuando se pierde todo
Por: Adrián Núñez Pedroche
"Los crímenes pequeños son objeto de persecuciones por parte de perros y policías. Los grandes son objeto de reverencia por parte de los historiadores".

Karlheinz Deschner, historiador alemán.


Capítulo 1: El trato

Al este de Estados Unidos, existe una gran ciudad costera llamada Lake City, durante setenta años la ciudad ha estado controlada por la mafia, o familias como prefieren ser denominados, en el origen fueron 6 familias las que surgieron, la familia Acosta en el norte de la ciudad era la más grande y con más influencias, tras ellos la familia Francie al sur de la ciudad; las familias Acosta y Francie eran las más grandes y poderosas, repartiéndose la ciudad desde la aparición de sus familias. El resto eran familias que sobrevivían como podían; estaba la familia Sánchez, que controlaba los muelles, la familia Coronado que controlaba la zona industrial, la familia desaparecida en la última guerra, los Mussino que controlaban las finanzas había pasado a manos de Acosta; y por último la familia Hortensa, a punto de desaparecer, su Don es viejo y débil, sin sucesor y sin apenas fondos para mantener el nivel de las demás familias, con ese motivo las familias convocaron una reunión en casa de Don Alberto Acosta.

Allí sentados en una gran mesa estaban los jefes de las cinco familias reinantes, presidiendo la mesa Alberto Acosta, a su derecha Hugo Francie, en frente suyo Juan Coronado, a su lado Carlos Sánchez y enfrente y por último Daniel Hortensa.

-Bienvenidos esta noche a mi casa amigos – Dijo Alberto levantándose de su asiento – estamos aquí para debatir el futuro de la familia Hortensa, la cual le quedan sus negocios en West Lake, el barrio obrero y sus intereses en New York, el Don de su familia nos trae una propuesta.

Entonces se levanta Don Hortensa.

-Sabiendo que el futuro de mi familia está por llegar a su fin, quiero dejar clara la repartición de mis negocios para mantener la paz una vez llegue mi muerte – saca unos apuntes de su bolsillo. – He decidido que mis intereses en New York sean repartidos a iguales entre Acosta y Francie, West Lake para Coronado y el barrio obrero para Sánchez, espero que todos estéis conformes y podáis vivir en paz una vez este viejo se haya marchado, Dios sabe que quisiera que mi hijo Alejandro se ocupara de todos mis negocios pero estando desaparecido me he visto obligado a tomar esta decisión.

Los jefes se mostraron de acuerdo y mantuvieron una reunión muy relajada durante el resto de la noche; pero Daniel sabía que aunque su muerte era inminente y  sus territorios en la ciudad no valían nada, por el contrario los intereses en New York eran un ingreso muy alto, incluso las familias Acosta y Franzie codiciaban esos intereses.

El viejo Don Hortensa se retiró a su residencia junto a su consigliere, Frank Sullivan. La residencia era una casa de dos plantas bastante amplia, tenía un gran jardín y se encontraba rodeada por unos altos muros y grandes árboles, en la entrada había una garita para uno o varios guardias, el despacho del Don estaba colocado en la parte posterior de la casa, dando al jardín trasero. El despacho estaba decorado a gusto del Don, muebles antiguos, colores oscuros y un cómodo sillón para él y otro para su consigliere donde se encontraban descansando.

-Frank, ayer fue un día triste, vendimos las pocas posesiones que nos quedan en vano, si al menos Alejandro estuviera aquí. – Comentaba el Don con pena.
-Hiciste bien Dani, imagínate que Alejandro hubiese aparecido en el último momento y hereda los negocios, hubieran ido a por él, le verían débil y entonces sí que sería un desastre para la familia, pero con este pacto aún queda una posibilidad para que la familia se haga grande.
-O yo estoy muy mayor o tú excesivamente loco, ¿cómo es posible renacer esta familia que está muerta?
-Tú déjalo en mis manos.

El resto de la tarde la pasaron revisando documentos y poniendo todos los negocios de la familia en orden. Aquella noche se presentó una visita inesperada cuando estaban ambos en el despacho.

-Don Hortensa, ha venido Juan Coronado a verle. – Informó un hombre desde la puerta.
-Que pase. – Ordenó Daniel.

Pasó Juan Coronado, sus ojos marrones recorrieron el despacho, se quitó el sombrero y se acarició su pelo negro dejando el gran abrigo en el perchero.

-Cuanto tiempo sin estar aquí. – Dijo Juan.
-Hace mucho mi más valioso amigo – Le contestó Don Hortensa levantándose y abrazándolo. - ¿A qué debo tu visita?
-Me gustaría decir que es de cortesía, pero vengo por los negocios, tu decisión me ha dejado perplejo, pensé que aún confiabas en que volviese Alejandro.
-Confiaba, pero es perder el tiempo, no volverá.
-Pero ¿y si vuelve? – Le espetó Juan antes de que Hortensa terminase la frase.
-Eso ya lo hemos decidido. – Interrumpió Frank. – Y usted podría ayudarnos en eso.

Cenaron los tres juntos y decidieron sobre el plan de Sullivan, pasó la noche fugazmente y llegada la madrugada Frank y Juan volvieron a sus respectivas residencias, dejando a Don Hortensa con sus guardaespaldas en casa. Pasó tranquilo el resto de sus días, pero no tardó más de siete meses en visitarle la Parca y falleció de un ataque al corazón el 7 de Noviembre de 2007.



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Capítulo 2: Descanse en paz Don Hortensa.

La esperada muerte del Don de la familia Hortensa trajo al resto de familias más alegría que pena, sólo el gran aliado de Daniel, Juan Coronado, sintió pena con su marcha, de hecho fue él quien organizó su funeral, primero en la residencia Hortensa organizó una reunión de todos sus allegados y el resto de familias y después transportando su féretro hasta el cementerio de Lake City.

El día fue difícil, gris y lluvioso aunque en el corazón de los Franzie y los Acosta estaba soleado y alegre, acababan de recibir casi un millón de dólares procedentes de New York gracias a los contactos de la familia Hortensa. El ataúd había sido colocado en su despacho, que había sido vaciado de muebles y colocado mesas con comida y algunos sillones entre el despacho y el comedor de la casa. El féretro estaba colocado con la mitad superior abierta donde antes estaba su escritorio y donde tantas visitas había atendido. Uno a uno fueron acercándose los invitados a susurrar junto al cuerpo del viejo.

-Don Hortensa, han sido tantos años juntos, pero prometo que su muerte no ha sido en vano, que su familia va a heredar un nombre fuerte.

Posteriormente pasaron Coronado, Carlos Sánchez y Hugo Francie, tras ellos llegó Alberto Acosta que depositó una flor en su pecho y susurró lo siguiente.

-Ya es tarde para la gloria y el poder que nunca te llegó, de no haber muerto yo mismo habría acabado contigo, no eras nadie, descansa en paz.

Al poco rato de seguir llegando visitas se escuchó la puerta y un hombre alto y fuerte cruzó el comedor sin dirigir la mirada a nadie, nadie le vio la cara y se arrodilló ante el ataúd.

-Señor, perdóname, he condenado a este hombre al mayor de los sufrimientos al final de su vida, siempre quise redimirme de mis actos pero nunca tuve ocasión, pero estoy aquí para intentar redimir el mayor de mis pecados, pero al menos soy el único entre mis hermanos que está aquí, perdóname señor por abandonar a mi padre en su lecho de muerte.

Cuando aquel hombre levantó la cabeza dejó ver su rostro, su cara fina, su barba y pelo negros eran inconfundibles, era Alejandro Hortensa, muchos allí presentes se sintieron muy sorprendidos, se escucharon murmullos, pero entre los murmullos Juan se acercó y lo abrazó, y el gesto lo repitió Frank.

-Has vuelto Alejandro, sabía que lo harías, tu padre está orgulloso de ti, me dijo que si venías te reconociese el gran esfuerzo que supone por tu parte. – Le dijo Frank mientras le abrazaba.
-He vuelto porque ha llegado la hora de asumir mi destino con la familia.
-Tu padre te ha preparado unos planes respecto a eso.
-Ya lo hablaremos, terminemos el funeral en paz.

Tras la conmoción en la residencia Hortensa colocaron el ataúd en el coche fúnebre y fue trasladado hasta el cementerio, el cual estaba colocado a las afueras de la ciudad en una colina, el mausoleo de los Hortensa era de los más grandes, y allí se hallaban los abuelos de Alejandro, su madre, uno de sus tres hermanos y ahora también su padre, tras la ceremonia y una vez sepultado los invitados se fueron retirando una vez presentados sus pésames a Alejandro, al final del funeral se quedaron Juan, Frank y Alejandro, pero éste último se excusó en que estaba cansado del viaje y quería descansar y tras esas palabras volvió a casa de su padre o mejor dicho, su casa.

La casa estaba vacía, sola, silenciosa y se escuchaba como la lluvia la mojaba, ya no había hombres que la custodiasen, ya no había coches entrando y saliendo constantemente, ya no había gente pidiendo favores en el despacho de su padre, pero Alejandro comenzó a recordar lo que había vivido en aquella casa, conforme avanzaba por las escaleras camino a su habitación fue viendo fotos suyas y de sus hermanos, de sus padres y de sus abuelos, las escaleras crujían a cada paso, la planta de arriba tenía un largo pasillo estrecho que iba a dar a una sala de estar que tenía una chimenea, pero antes de ir allí paró en su cuarto, a la derecha del pasillo justo enfrente del de su padre, allí durmieron su hermano Vincent y él hasta bien entrada la adolescencia, pero estaba cambiado ya no había dos camas, sólo una cama bien hecha desde hacía mucho tiempo, un espejo y muchos objetos que una vez le pertenecieron, entonces se acercó al  mueble que estaba bajo el espejo y encontró algo que se había pasado la vida viendo, una pistola, un objeto que marcó su vida y la de su familia, la gran fortuna venida del crimen era algo que él se había intentado quitar cuando huyó a Miami, pero tras mucho reflexionar e intentar vivir como cualquier otro ciudadano se dio cuenta que más grandes eran los impulsos de volver y ayudar a su padre, pero se resistió hasta que llegó la notificación que le haría cambiar de idea, una carta sellada con el escudo de la familia firmada por Sullivan en la que delicadamente decía que su padre había muerto, que en dos días sería su funeral y que le esperaban; fue aquella misiva, aquella carta que pudo haberse perdido lo que le hizo pensar en que tenía que volver a Lake City y hacerse un nombre, un nombre más grande que el de su padre y su abuelo, quería ser más grande incluso que Acosta y Francie, pero sabía que era difícil, no contaba con que su padre se había deshecho de los pocos negocios y hombres de los que disponía, él lo ignoraba completamente, él pensaba que sólo los débiles o los imbéciles no hubieran vuelto al lado de su padre a ayudarle a hacerse con el poder que le correspondía a su familia, tras su reflexión se sentó en la cama y se tumbó.

Despertó a la mañana siguiente, el olor de tostadas y huevos le llegaba al olfato, bajó por las escaleras desconfiado, cuando cruzó la puerta de la cocina no podía creerse lo que vio, su hermana Angie lo miraba fijamente.

-Tú te fuiste de casa antes que yo ¿qué haces aquí? – Le recriminó.
-Lo mismo que tú supongo, no pudiste reprimir tu naturaleza y has vuelto ¿eh? Una pena que padre haya faltado.
-Nunca le tuviste demasiado apego, siempre has sido una aprovechada de la situación, te enteraste de que he vuelto a la ciudad y sólo quieres ganar dinero rápido, pues te diré una cosa, por mí puedes volverte a tu mierda de Las Vegas, olvídate de Lake City, olvídate de papá y olvídate de la familia.

Angie rompió a llorar tras las desgarradoras palabras que Alejandro había dicho sobre ella. Éste al ver a su hermana llorar de dolor se arrepintió al instante de sus palabras y abrazó a su hermana para consolarla.

-Perdóname pequeña, ayer fue un día duro para mí y tenía mucho guardado, lo siento, no pensaba todo lo que he dicho, eres parte de todo y juntos vamos a hacer grande esta familia, lo juro por la tumba de nuestro difunto padre.

Desayunaron juntos mientras hablaban de lo que habían estado haciendo los últimos años, Alejandro le contó que estuvo alistado un par de años en la marina y luego tuvo varios trabajos hasta volver a casa, Angie confesó haber sido adicta al juego y haberlo perdido tod,  pero, tras un par de golpes en unos cuantos casinos recuperó el doble de lo perdido. Decidieron volver a poner el escritorio de su padre en su sitio y dejar el despacho tal y como estaba.

-Tendremos que darle algún toque algo más moderno, ¿no? – Insinuó Angie.
-No, este despacho ha de mantenerse así siempre, clásico, es el símbolo de la familia, desde nuestro abuelo hasta nosotros se han sentado en ese sillón tras ese escritorio y eso hay que mantenerlo aunque abandonemos la casa.

Ambos estuvieron de acuerdo en luchar por ser fuertes, pero lo que no sabían todavía ninguno de los dos es que la familia Hortensa ya no disponía de hombres ni de negocios, aunque no tardaría en llegarles la noticia.


1 comentario:

  1. Fairi!! ;)
    Bendito vendetta que te permitía no dejar las historias a medias!!
    Aún recuerdo esa historia que hicimos entre todos en la que juntábamos todo el colectivo de relatos xD

    Fdo: Un esposo, un siervo, un esclavo... Calave :D

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